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San José, Costa Rica
I am doctor in Education with a major in Critical Pedagogy and a minor in women studies.I have a master degree in Regional Integration Process, which has provided the foundation for my work as an international consultant working in developing projects in and for rural communities ( e.g Costa Rica, but also other such as Nicaragua, Honduras,Spain, Belgium, Germany). Issues of Social Justice, race, gender, equity and equality are central to my being, and I utilize these as the core of my teaching in Multicultural Education at NMSU. I am friendly and respectful. I love traveling, experiencing new cultures and meeting people around the globe. I love music; I come from a musician family. I love photography and cooking also. I am also the proud mother of a daughter, Maria Gabriela.

Tuesday, August 15, 2017

La historia detrás de la niña de pies descalzos.

Por Dra Mauren Navarro.

Cincuenta y seis años más tarde me he dado a la tarea de recopilar la historia de la niña de pies descalzos, mi madre. Narraba mi madre un relato, que más parecía una leyenda, excepto por una vieja y amarillenta mención honorífica, colgada en la pared que parecía respaldarla. Ese tema siempre estuvo ahí, esperando a ser desempolvado, hasta que dispuse del tiempo y me dediqué a recopilar la información necesaria para dar vida a sus recuerdos. Un viejo y protegido periódico de los años cincuenta resguardado en la biblioteca Nacional me confirmaba lo que aquella anécdota aseveraba.
Transcurría el año 1959 cuando llegó la noticia a la escuela John D. Rockefeller que habría un premio al mejor estudiante del país. Mi madre, una niña de tan solo 11 años de edad, no dudó en pensar que ella podría ser esa estudiante pues contaba con notas de excelencia académica. Quién diría que el ser descalza y pobre, más que infortunitos, probarían el ingenio y carácter de esta niña pobre, en una sociedad clasista!?
            Nacida un 17 de Octubre de 1945, Vilma Castillo proviene de un hogar sumamente humilde; su padre peón de finca y su madre ama de casa. De su niñez varios recuerdos le llenan de ilusión, sobre todo las navidades en donde a pesar de la pobreza extrema, no faltaban los villancicos que su papá sintonizaba en un programa de emisora llamada rumbo y que escuchaban en su radio de baterías.
“Yo tengo recuerdos muy bonitos de la navidad de antes—comenta—. Vivíamos en la finca La Cecilia en unos chinchorros que eran cuartitos pegados prestados a los peones que laboraban en la finca con sus familias. No teníamos para comprar adornos, sin embargo, mi mamá ponía una ramita de ciprés que conseguía por ahí. Esta ramita se adornaba con arreglitos de papel de colores brillantes, y pedacitos de algodón, no se le ponían extensiones de luces pues la electricidad era restringida en el chinchorro, debido a que era pagada por el patrón. Se permitía prender, un par de horas por la noche, un único bombillito color achiote, éste se prendía cuando oscurecía y se apagaba a las ocho de la noche. Al llegar de la escuela, yo tenía que ayudar a mi mamá en los deberes del cuartito pues mis hermanas mayores trabajaban donde los patrones. Ya tardito me ponía a estudiar. Algunas veces pasaba el capataz y como miraba un albor tenue, tocaba a la puerta y decía ‘apaguen la luz!,’ sin embargo mi papá le respondía que era yo que estaba estudiando, y que la luz no era del bombillito, sino que era de una candelita que efectivamente yo usaba para alumbrarme por las noches cuando hacia mis tareas”
            Cuenta que ella no se atrevía invitar a la casita a sus compañeras pues le daba vergüenza ya que era muy humilde y sus compañeras eran de las familias más influyentes de Turrialba, como las Chuken, Anderson, y las Arias, sin embargo, aunque a veces la apartaban porque era humilde, otras veces la tomaban en cuenta en los centros de estudios porque ella iba muy bien todas las materias. “Yo intentaba ser siempre la mejor, y a pesar de ser tan pobre, mi mamá me permitía sacar fiado en la librería de don Fredy Royo, y así yo hacía mis tareas muy bonitas. Yo siempre quería ser la mejor, pues pensaba que con dedicación y esfuerzo se podía lograr. Nada fue fácil para mí, muchos niños tienen todo y desperdician el recurso por que no aprecian lo que tienen en sus hogares, pero cuando se vive con restricciones económicas se aprecia cualquier cosa. Por ejemplo, mis compañeras descartaban los últimos pedacitos de sus lápiz de colores, mismos que yo juntaba. Esos eran los lápices que yo tenía en un bolsito y con navajillas Gillette que mi papá descartaba yo les hacía puntita. Así yo llevaba dibujos muy lindos y mis tareas completas por lo que tenía siempre un excelente en mis trabajos. Yo llegaba a mi casa muy contenta de ver mis logros en la escuela, pero solo para mí porque mi mamá no entendía mucho de esas cosas, ella solo sabía poner su nombre”—recuerda con nostalgia—.
            Se pierde su mirada en el tiempo, sus ojos recobran el brillo de la niñez y recuerda como si fuera hoy la noticia del premio León Cortés Castro!  Eso era como buscar una aguja en un pajar, —piensa— pero a la vez decía, “¿por qué no? si he sido la mejor estudiante de mi sexto B?” Estaba consciente de que había otras buenas estudiantes del otro sexto de niñas. Sin embargo, entre las dos mejores de su clase, ella tenía excelente nota de comportamiento, y la otra chiquita muy baja porque era inquieta y hacia mucho desorden cuando la maestra no estaba, situación que la maestra no ignoraba. Entonces, al haber varios buenos promedios lo iban a hacer rifado para sacar la mejor estudiante del cantón y después de la provincial y así sucesivamente, así que no sería tarea fácil. Rememora que al final, entre las dos de su clase, la eligieron a ella como primer promedio, pero que en la John D. Rockefeller había una sección de varones y otra de niñas. De la sección de varones sacaron dos chicos, y después uno; al final de los dos estudiantes de la John D. Rockefeller (hoy Jenaro Bonilla Aguilar) niñas y varones salió favorecida ella!
Recuerda, mirándome fijo con sus ojos verde jade, que a pesar de que ya era la seleccionada de la escuela John D. Rockefeller, faltaba por Turrialba el resto de escuelas: La Sion, Las Américas, Aquiares, etc., es decir, todas las escuelitas de los alrededores de Turrialba. Su voz se agudiza al volver a vivir la emoción de aquellos días, “era una gran fiesta en Turrialba, grupos de estudiantes se iban al frente de las otras escuelas a hacer porras por sus candidatos, era algo muy bonito, nadie ofendía solo apoyaban a sus postulantes. Después de semanas de locura y alegría en la rifa de todas las escuelas del Cantón, volví a salir yo. Igualmente, al hacer la selección final de la representante por Cartago, ya rifados entre todas las escuelas de Cartago volví a quedar yo.” A este punto, estaba súper feliz, la sola idea de salir como la mejor estudiante del país era ya ambicionar mucho, pero sin embargo aún creía que podía ser posible.
El gran día!
Remembraron  poco a poco más recuerdos cuando su memoria viaja y se transporta a aquel tan añorado momento “después de esos días de algarabía, mi mamá  fue internada por problemas de salud, creo que era una operación que debían hacerle. Debido a que mis hermanas mayores trabajaban en la casa del patrón, a mí me correspondía hacer las labores de la casa, prepararle el almuerzo a mi papá e ir a dejárselo a la finca de don Sergio Castro. El día que mi mamá salió del hospital, yo apenas venía llegando de la escuela y no había terminado el almuerzo de mi papá y cuando ella llegó me castigó porque el almuerzo no estaba listo. Yo salí llorando, era un conflicto de sentimientos encontrados entre las alegrías de la escuela, y la frustración de saber que de todas formas para nadie de mi casa eran importantes mis logros! Yo corrí a la casa ‘grande’ donde trabajaban mis hermanas mayores, una casa que quedaba arriba del Hospital William Allen, que era de la hija de don Sergio Castro. La señora se llamaba Luisita Castro, y tenía dos niños como de 7 y 10 años. Entonces, entré y me puse a llorar y doña Luisita vino y dijo ‘¿qué le pasa a Vilma?’ Entones mi hermana le explicó que yo me había atrasado con el almuerzo y que mi mamá me había castigado. Doña Luisa estaba dolida de verme llorando y me dijo ‘Vilma, cuando usted salga de sexto yo le voy a dar un regalito,’ me confortó y me puso a almorzar con los hijos de ella, eso para mí era un gran honor pues ellos siempre tenían los hijos aparte de nosotros que éramos proles de peones”.  En lontananza se escuchaba mucho ruido—comenta con la voz entrecortada y lágrimas en sus ojos—“cuando estábamos almorzando tocaron a la puerta, casi la tiraban. Eran unas niñas de la escuela que habían subido a buscarme y me abrazaban y gritaban que yo había ganado el premio León Cortés y doña Luisita me abrazó y me dijo ‘felicidades’ y de ahí todas me llevaron a mi casa y yo le dije a mi mamá ‘mamá, mamá, gané el premio León Cortes! y ella me dijo ¿y eso qué es? Además como estaba operadita no podía hacer mucho. Entonces yo me alisté y me fui a la escuela donde estaban haciendo un acto cívico y me aplaudían y aplaudían y ahí mismo me tomaron la foto que tengo en la mención honorífica con la bandera de Costa Rica. Ahí mi corazón no cabía de alegría pero a la vez de tristeza porque yo estaba solita sin nadie de mi familia. En ese acto cívico la directora Canita Mata dijo que iba a haber muchos honores en mi nombre, que en la graduación iba a venir el gobernador de Cartago, y que el traía un premio que era un cheque por doscientos colones y una carta de reconocimiento, la cual a través de los años perdí”
En este momento, su mente lucubraba mientras soñaba con dos cosas: entregar el estandarte y un reloj divino que lo exhibían en la tienda Ester. Recuerda que ella pasaba mirando ese reloj día y noche, y que por la noche le prendían un bombillito de color, y ese reloj daba vueltas y ella pensó “ese reloj va a ser mío”.
Viene a su memoria el recuerdo de una escuela muy bonita, y súper organizada cuando de actividades, actos cívicos y de clausura se trataba “los actos eran preciosos, con escenografía colorida, todo muy fino”. Sin embargo, su sorpresa fue que la directora, la niña Canita Mata quien era muy delicada, la llamó a la dirección y le dijo “vea Vilma, usted va a tener muchos honores, el gobernador de Cartago va a venir, y usted va a ser el centro de atracción, así que yo necesito que el primer promedio del grupo A entregue el estandarte, y la otra compañera suya entregue la bandera” entonces inmutada ella le respondió “niña Canita dígame ¿por qué? Dígame ¿por qué?,” y la directora le respondió que era porque ella no tenía zapatos y la graduación era un acto sumamente formal. Sin embargo, ella no se permutó ante tal condicionamiento, y contrario, pues era muy chispa, le dijo que ella sí tenía zapatos, pero los tenía guardados la casa, a  lo que la directora le indicó que los llevara para verlos, tal vez desconfiando que esto fuera verdad y con interés de cerciorarse.
Su semblante se encumbra al pensar que efectivamente, dentro la pobreza en que vivía, ella no iba mal presentada a la escuela. A pesar de que no tenía zapatos para la escuela, tenía mucho ingenio pues teñía unas tenis blancas de lona—las únicas que tenía—con carbón o tizones del fogón de la cocina, eso sí, que no se acercara ninguna chiquita porque la dejaba tiznada—elucida con una gran sonrisa dulce de nostalgia—. Igual planchaba su blusita con plancha de metal que se calentaba al fuego y  ponía un periódico encima de la enagüita para que los paletones le quedaran perfectos. Pero ahora para poder entregar el estandarte, que era su sueño más preciado, debía conseguir unos zapatos y no podía pedirle a su mamá porque no podían comprárselos. Así que se fue a la casa de doña Leonor de Anderson, señora que vivía en molicie. No recuerda por qué fue a parar donde doña Leonor? Sus memorias le hacen recordar que recorrió agitada las calles de Turrialba hasta dar con la casa de doña Leonor. Pase adelante—le dijo la señora—. Ella raudo le expliquó el problema y la señora la condujo a un closet donde tenía muchos pares de zapatos; nunca sus ojos habían contemplado tantos zapatos juntos, tan brillantes como estrellas en el cielo. El problema es que la hija la señora Leonor, Sonia, bailaba ballet y ella, por lo contrario, la mayor parte del tiempo era de pie descalzo, entonces su pie era como un tamal para ese tipo de zapatitos tan chiquitos. Empero, la señora Leonor le dijo “mídase unos, si le quedan se los lleva”; así que entre tanto zapato, ella pensó que los de tipo mocasín tal vez le quedarían pues eran de meter. A mucha fuerza se los metió, y aunque no le quedaban, le dijo a la señora que le quedaban “apretaditos’ pero que era por la media que era muy gruesa, pero que la mamá  le compraría unas medias más delgaditas. Así fue como pudo comprobarle a la maestra Canita que efectivamente tenía zapatos y que por lo tanto, ella tenía el derecho de representar con orgullo a la estudiante saliente. De esta forma, la maestra Canita ya no puedo negarle la tarea de dicho menester, y en contra de su voluntad, le dio el diálogo que rezaba: “Queridos compañeros de quinto grado, en este solemne acto que es como un broche de oro queremos hacerle entrega de nuestro apreciado estandarte que hemos conservado durante estos 6 años, tomadlo y sabed  aquí queda un pedazo de nuestra alma de niños y que lo dejamos con mucho amor”.
Ya encaminada por el parque de Turrialba, iba llorando de tanta alegría, cuando le viene a la mente que difícilmente su mamá le aceptaría esos zapatos, pues era muy brava, y de fijo la mandaría a devolverlos!; sin embargo, esta vez ella le explicó a su madre y ésta accedió a que los conservara. En lo que si no hubo suerte fue en conseguir las medias más finas para que le entraran los zapatos, por lo que no le quedó más que rajarlos a los lados con una navajilla Gillette, mismas que usaba para sacar las puntas de sus lapices de color, y así finalmente se los metió.
La bucólica niña de pies descalzos ya estaba lista para desfilar y decir su discurso en el acto de clausura, no sin antes sentir que se deslizaba en el pasillo al salón de actos con aquellos zapatos que estrujaban sus dedos. Ese pasillo interminable que conducía a la tarima, no podía estar más lustrado y resbaloso, tanto como pista de patinaje sobre hielo!, Con una gran carcajada que se oye hasta la cocina logra evocar que “intentaba sostenerme, apretando los dedos jocotos de mis pies, e iba dando pasos chiquitos para no salir disparada”.
            Súbitamente cambia el tono de voz, y su semblante cambia: “Yo tenía en mente los premios, claro, aquel hermoso reloj que yo pasaba a ver todos los días y con que soñaba tanto, así que yo le dije ‘niña Canita ¿y el reloj me lo gané? Y ella de forma irrisoria comentó ‘mire Vilma, usted ha tenido muchos honores, va a salir en el periódico, la carta del gobernador y los doscientos colones; toda la atención está en usted, por lo que hemos decidido darle el reloj al primer lugar del otro sexto grado!’ No pudo contener el llanto, pues había soñado con ese reloj por meses, y lo peor era que la otra niña era de familia adinerada y tenía varios relojes. Sin embargo, en su inocencia y nobleza, aceptó la decisión sin cuestionarla, aunque se le estrujó su corazón cuando en el acto de clausura, tuvo una vez más la ocasión de verlo brillar, pero esta vez cuando se lo ponían en la manita a la otra niña.
No obstante, quedaba aún la ilusión del cheque de 200 colones! Cuando le dieron el cheque de 200 colones fue su papá con ella pues era mucho dinero—cuatro veces lo que ganaba un jornalero bien pagado al mes—. Entonces, aún con la idea del  reloj le dijo a su papa “ será que del premio de doscientos colones me pueden comprar un relojito?” A lo que su padre contesto     “que va!, esto se necesita para comer!” No perdiendo la esperanza de celebrar tan añorado galardón insistió, “entonces aunque sea, me compra una cola?” –fresco como la zarza— que le encantaba—a lo que el papá le respondió “diay, es que no ve que este cheque no se puede cambiar, y yo no ando nada de menudo”.
Así que al final de la historia, la niña de pies descalzos, pudo entregar el estandarte, pero se quedó sin reloj, sin doscientos colones, y sin fresco de cola, pero con una gran alegría en su corazón: era la ganadora del premio León Cortes! Así transcurrieron los años, y aquella niña creció, hoy es madre de siete, abuela, felizmente casada y enfermera pensionada. Tuvo que transcurrir mucho tiempo para poder rescatar la historia que desprende de su alma lágrimas de tristeza y alegría, y finalmente, un sentimiento de tranquilidad, al saber que no fue un sueño! Gracias a este momento, podemos detener el tiempo en la historia, y retomar su relato, dándole vida a aquel instante que resuena en su mente y le grita al oído evocando aquellas porras que algún día retumbaron frente de la escuela John D. Rockefeller “a la vao, a la vío, a la bin, bon, ban, Vilma, Vilma, rarara!”






  

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